No podemos negar que el juego forma parte de la naturaleza humana. Sin embargo, en el caso del ludópata es imposible reprimir por sí solos ese amor por el riesgo y esa ilusión de hacer grandes fortunas. Se pierde entonces el sentido común, utilizando para el juego las mismas habilidades y el mismo esfuerzo con los cuales podría conseguir un buen trabajo y vivir en relativa tranquilidad.
La adicción al juego disuelve matrimonios, destruye hogares, produce la pérdida del empleo, genera deudas y hasta puede llevar a prisión al jugador empedernido. Estas personas acaban perdiendo la razón y sumiéndose en presentimientos y visiones, que controlan sus vidas y los llevan a apostar hasta arriesgar más de lo que tienen y hasta perderlo todo.
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